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¿Hasta qué punto los padres y las madres tenemos que acceder a las peticiones desmesuradas de nuestros hijos e hijas?

¿Debemos rendirnos?

Detrás de la demanda reiterada de un niño podemos encontrar la emoción que la sustenta y quiere expandirse, la necesidad del vínculo dependiente con el adulto y un instinto que grita y se ahoga en la materialidad. Nosotros, los adultos, ante las peticiones incesantes podemos vernos cautivos y superados por la emoción clara y abierta del niño frente a la propia, turbia y reprimida; haciendo del lazo afectivo un nudo y con nuestro instinto dormido en las profundidades. Entonces podemos contemplar la vía de la razón y la necesidad de que en ella entren las exigencia…

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