En el mes de julio del 2002 viajé a México invitado por el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM con el objetivo de impartir un curso y unas conferencias a enseñantes de lengua castellana y comunicación. Cuando el avión aterrizó en medio de la capital de México, ese hervidero de olores, sabores, colores y algarabías varias que es el Distrito Federal, tuve la sensación de que iniciaba una aventura humana cuyas secuelas iban a perdurar mucho más allá de los siete días en que iba a estar en territorio chilango.Por lo pronto, y sin salir aún del aeropuerto internacional Beni…
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